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  • UN ACOMPAÑANTE INESPERADO

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    The DaRk MaN

    Relato del compañero del foro Rufete, perteneciente al Concurso de relatos Pescamediterraneo2.com de 2011

    Saludos a todos.

    Si os parece, voy a contaros lo mejor que pueda una de las experiencias más desagradables, insólitas y poco recomendables que viví hace ya algún tiempo a bordo de un vetusto kayak de polietileno cerrado Caribe Nova, naranja para más señas. Todo ello es absolutamente cierto.

    Me presento: soy mallorquín, mediana edad y hace ya unos ocho años que pesco en kayak, lo que puede parecer una experiencia considerable. Tengo la base de operaciones en la Colònia de Sant Jordi, en el sur de la antiguamente preciosa Mallorca. El día que todo ocurrió era soleado, sin viento, sin apenas oleaje, mediados de mayo, año 2007,10.00 a.m.

    El apartamento paterno cercano al mar dispone de un sótano-trastero comunitario, donde aparte de mi kayak, los vecinos tienen bicicletas, aparejos de pesca, colchones de playa, algún mueble viejo y varias ristras de sobrasadas colgadas, además de tomates, melones etc.

    Llego al sótano, cargo el kayak en el carrito. Meto dentro la pala, la caña, algunos aparejos, la botella de agua, el táper con el tabaco, el mechero, un trapo, un cuchillo, etc.

    Arribo al mar: ¡Qué maravilloso día¡ Si pescase algo...

    Empiezo a palear, soltando hilo y esperando La Picada. Todavía no, todavía no...

    En la playa que hay frente a mi lugar de salida se ven alguno guiris, más bien maduritos con alguna que otra jovenzuela de buen ver, que alucinan con el paisaje y el maravilloso clima; desde los doscientos metros que me separan de ellos intento adivinar si alguna de ellas se interesaría por un indígena como yo cuando...

    OIGO UN RUIDO¡ Más bien una vibración¡ ¿Qué ha sido eso? ¿Habré rozado una roca? Pero si hay 15 metros de agua. ¿Un tronco? ¿Un fardo de hachís?. Miro abajo, nada. Miro la caña. Nada.

    Estaré alucinando, debe haber sido la botella de agua que se ha movido. Tranqui. Y VUELVE A PASAR. Una especie de toc-toc-toctoctoc nervioso y vibrante que me eriza los pelillos de la espalda.

    Aquí, amigos míos, es donde uno empieza a mosquearse. Entonces, decía, el ruidito se hace contínuo: toc-tototototoc-totoc... ¡Y es de DENTRO del kayak¡ ¿Me estaré volviendo pardal? ¡Si no he pescado nada, no es ningún pez¡. Estoy sorprendido, curioso, hasta intrigado.

    Que quede claro que todo esto pasa en cuestión de segundos, 10 ó 12 quizá. Pero serán absolutamente inolvidables. El tiempo ha pasado, ya hasta me río de ello, pero compañeros, id al loro¡.

    Dejo entonces de remar. Estoy a unos 300 metros de la playa, no se ve barca ni velero cerca. Voy a ver qué narices es todo este lío, siempre pasa algo que te despista de la pesca en sí, narices¡.

    Me echo atrás, flexiono el cuello, fuerzo la vista para ver el interior del kayak (1.92 cms. y 100 kilos de peso no me hacen muy ágil aquí dentro) y, NO, NO PUEDE SER, NO PUEDE SER, descubro EL MARRÓN: una negra, peluda y enorme RATA de alcantarilla mirándome desde el interior de la proa, con esos bigotes asquerosos y esos putos dientes...

    Me cago del puto miedo. El tremendo susto hace que se balancee el kayak hasta casi volcar (es un piano, pero estable); sudo, rápidamente sudo y mucho. Siento el cerebro a presión dentro del cráneo, los brazos se tensan, aprieto la pala tanto que parece la voy a partir; las piernas se quedan rígidas, los pies están tan cerca del puto infierno que creo que no están...

    No soy valiente, ni muuucho menos. Pero me entraron 3 segundos de sangre fría en los que decidí qué hacer: NO ME TIRO AL AGUA. Estoy lejos, hay muchas cosas dentro (aparte del mardito roedor) y he visto en las pelis que las ratas nadan y buscan algo que flote (en ese caso sería mi cabeza); VOY A LLEGAR A LA PLAYA, con un par.

    No sé a qué santa velocidad iba, pero era para flipar; los brazos mi iban a tope, no me cansaba. Iba soplando y resoplando, las piernas no se movieron ni un milímetro. Sólo pensaba: por favor, que no me muerda, que no me muerda. Te pasa por la cabeza todo aquello que crees saber de las ratas: que si les gusta el queso, enfermedades por contagio, suciedad, que odian a los gatos etc. Me quería morir.

    Llego a la playa, embarranqué muy adentro de la arena, como un misil. Salí de ese maldito espacio reducido a toda leche, resoplando, tenso. Las piernas no me aguantaron, me caí como un borracho a la arena (los guiris, unos 15 ó 20 flipando). Me alejo unos metros, me sale una risita histérica junto a una inmensa alegría. Busco un cigarro, mierda¡ están con ELLA. Pido un pitillo, y cuando voy a encenderlo sale la rata del kayak; dando saltos estilo canguro se aleja la muy asquerosa por el pinar. Sólo un guiri la ha visto, y desde la distancia he visto su cara de asco (Pues imagina yo, colega¡ pienso).

    Al cabo de unos minutos mi cuerpo era físicamente impracticable; estaba absolutamente agotado, exhausto de la tensión y del pánico vivido. Calculo que fueron unos diez o quince minutos, quizá menos, los que fui consciente del polizón; sus medidas no eran extremas, diría que unos treinta y cinco centímetros de nariz a cola. Por suerte no me mordió.

    Así fue amigos, talmente. Ahora siempre reviso el interior del kayak.


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