LOS DOS CAMINOS
"Al principio fue el ritmo. Luego, poco a poco, el hombre comenzó a moverse sobre el ritmo, hasta que tradujo en el baile la alegría de la vida".
Existe una muy antigua meditación sufí que es muy diferente a la apolinia actitud del meditante hindú, Federico Nietzsche, el notable filósofo alemán. describe dos actitudes humanas de meditar frente a la vida, las llama apolinia y dionisiaca. La primera, basada en Apolo, el dios solar de los griegos, es la reacción quieta y contemplativa de una estrella lejana que asistiera a las convulsiones de la vida sobre la Tierra. Una estatua de Apolo o una del Buda expresan claramente esta actitud que es considerada generalmente como la del hombre sabio: ese que "no interrumpe para escuchar el ladrido de los perros y espera, sentado ante su puerta, ver pasar el cadáver de su enemigo".
Hermann Hesse, el novelista alemán que se ha transformado en de los grandes maestros de la juventud del siglo 20 metaforiza sobre esta actitud en su novela "Narciso y Goldmundo", pero al lado de la reacción apolinia, la de Narciso, pone la de Goldmundo, la actitud dionisíaca.
Al final del camino, en las ultimas paginas de la novela de Hesse, descubrimos que ambas formas han llevado a la misma comprensión, a un conocimiento semejante, no hay dos sabidurías.
Pero esta forma de expresar los dos caminos que definió Nietzsche es producto de un análisis, de una división, porque a lo largo de la vida del hombre se dan naturalmente las dos actitudes meditativas.
Mientras la reacción apolínea contempla las vicisitudes de la circunstancia, la actitud dionisíaca se sumerge en ellas, se entrega al azar de los cambios sin tratar de alterar el curso de la acción, sino, simplemente, de vivirla hasta su resultado final.
Ambas actitudes exigen voluntad y valor. Tan difícil como contemplar inmóvil los cambios del mundo, es penetrar en ellos dejándose llevar por la vorágine. Y se requiere el mismo tipo de valor, tanto para dejarse llevar por los estímulos internos y externos, como para asistir a su desarrollo sin criticarlos ni tener más opinión sobre ellos que la de una nube que atraviesa el cielo.
Ya sabemos que a la acción y la voluntad, deben seguir la quietud y la meditación si queremos equilibrarnos en la cuerda de la existencia. El efecto de la acción, de la razón y de la voluntad, por sí solos, resuelven una parte de la vida, la comprensión, el amor y la intuición, completan la siquis del hombre realizado.
La sociedad occidental y la cultura que la alimenta nos enseñan desde los primeros meses de vida, el camino de la acción, la razón y la voluntad. La otra parte la debemos aprender por nosotros mismos y esa parte es la que han venido a resolver las técnicas de meditación que hemos sugerido utilizar en este curso.
Recordemos también que el camino de la acción pretende y necesita actuar sobre el mundo exterior. La vía de la acción, que necesitamos realizar por un problema de simple sobrevivencia, requiere indispensablemente modificar la situación del mundo exterior. El simple acto de comer cambia irremisiblemente la realidad externa.
La actitud meditativa, en cambio, no intenta cambiar el mundo exterior, y si lo hace no es por haber necesitado realizarlo.
Así, mientras la vía de la acción es externa y realizadora, la vía meditativa es interna y contemplativa.
Hasta ahora en este curso nos hemos referido en particular a las formas apolíneas de meditación: los ejercicios de respiración, las diversas gimnasias, las técnicas de relajación, son meditaciones apolíneas en las cuales la actitud mental es la de dejar pasar y dejar hacer Pronto veremos que esta actitud mental es propia de ambos caminos de meditación.