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D. Juan "El Brujo" Descanse en paz


Brujosolitario

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El verano pasado tuve el afortunado privilegio de conocer al mejor pescador de caña que ha existido, en opinión de muchos lugareños de Barbate y Conil: Juan “El Brujo”.

Se trataba de un anciano de unos noventa años, que nunca había salido de su pueblo.

Sentí mucha curiosidad por este magnífico personaje, casi de leyenda, no sólo por tener mi mismo apodo, sino porque había oído fantásticas historias y anécdotas sobre él. Lo que nunca me imaginaría es que un día llegaría a conocerlo en persona y menos que esas historias me fueran relatadas en primera persona por el mismo.

Hace ya algún tiempo, en el encuentro anual que celebramos antiguos alumnos de facultad, conversando con unos amigos de Cádiz sobre el tema de la pesca ilegal y de los furtivos de antes y de ahora, apareció su nombre: Juan “El Brujo”, el pescador furtivo más ingenioso y sabio que jamás he conocido.

En esa conversación uno de mis amigos me comentó que actualmente el abuelo estaba un poco enfermo.

- ¿Lo conoces?, le pregunté.

Me contestó que conocía a la nieta que lo cuidaba y que si quería me daba su teléfono.

¡No podía creerlo! Cuando había perdido toda esperanza de conocer a Juan “El Brujo”, el destino me ofrecía, quien sabe, si una última oportunidad para poder entrevistarme con él.

Al día siguiente llamé a la joven y le hablé de mi interés en conocer a su abuelo y de la posibilidad de poder entrevistarlo. Me contestó que su abuelo estaba un poco “pachucho” pero que intentaría convencerlo, cosa harto difícil, y que si accedía me llamaría para que pudiera ir a verlo.

Un buen día, lo recuerdo como si fuera hoy, tras haber perdido toda esperanza por los meses que habían transcurrido ya, suena el teléfono de casa… ¡Era la nieta de D. Juan!

Me llamaba para decirme que su abuelo había accedido a entrevistarse conmigo. Me preguntó si el sábado siguiente me venía bien.

- “Si, si me viene bien”, le contesté.

Me indicó la dirección de la casa y me dijo que su abuelo prefería que fuera sobre el mediodía, porque por la tarde ya estaría más cansado. “Por supuesto”, le dije. Y en eso quedamos.

Mi primera reacción después de colgar el teléfono podría compararse como la del becario a quien conceden su primera entrevista con un personaje famoso. Enseguida, hice una llamada a mi amigo y le conté a donde iría el sábado. No podía creérselo. Después de tanto tiempo, por fin iba a poder hablar un rato con el abuelo.

El problema es que estábamos a martes y todavía faltaban varios días hasta el sábado.

Ese mismo martes pensé que lo mejor sería reservar una habitación para el viernes en algún hotel cercano a su domicilio, así la espera sería menor, al mismo tiempo que haciéndolo de esta forma evitaría cualquier contratiempo durante el viaje. Y así lo hice. He de reconocer que esa noche me costó conciliar el sueño, dándole vueltas al tema y repasando las preguntas que le haría cuando lo tuviera delante.

El miércoles y el jueves, afortunadamente pasaron deprisa así que la espera no fue demasiado larga.

El viernes por la mañana emprendí viaje. Me instalé en un hotel bastante cercano y al día siguiente me dirigí algo inquieto al domicilio del abuelo.

Llegué a eso de las doce menos cuarto. Aparqué cerca de la casa, a unos cincuenta metros más ó menos y cuando ya estaba llegando, pude ver como una joven cruzaba la calle y se paraba delante de la entrada. Dejó las bolsas de la compra en el suelo y cuando se disponía a abrir la cancela aligeré el paso y le pregunté:

- ¿Es Vd. María, la nieta de Juan?

Me miró un poco sorprendida. Asintió con la cabeza y me preguntó si yo era la persona con la que había hablado el martes. Le dije que sí y me invitó a entrar.

La casa era una pequeña vivienda situada a las afueras del pueblo, muy cercana al mar. Se notaba que hacía poco habían pintado su fachada, blanca por supuesto, porque todavía quedaban algunos restos de pintura junto a una maceta.

La chica se adelantó y abrió la puerta.

- ¡Abuelo ya estoy aquí!, gritó.

- Pase Vd., me dijo. No sin antes indicarme lo que ya me había dicho anteriormente por teléfono: “La entrevista no debía ser demasiado extensa.

Le dije que no se preocupara y que así lo haría.

Asimismo me dijo que el día anterior su abuelo estuvo bastante nervioso, casi a punto de arrepentirse de haber dado su consentimiento para que me entrevistara con él.

Cruzamos un pequeño pasillo, ella siempre delante de mí, y antes de llegar al salón lo llamó:

- ¡Abuelo, el señor de Málaga ya está aquí!

El abuelo, estaba viendo la tele, sentado en un sillón pero echado hacia delante, apoyado con las dos manos sobre un enorme y viejo bastón. Parece que entre los problemas de oído del abuelo y el volumen alto de la tele, no oyó a su nieta por lo que ésta cogió el mando, bajó el volumen y le dijo:

- ¡Abuelo, que el señor de Málaga ya está aquí!

La miró un poco contrariado y le recriminó:

- ¿Por qué bajas la tele?

Entonces observó como la joven le hacía una indicación con la mano para que mirara casi por detrás suya hacia donde yo me encontraba.

El siguió con la mirada la mano de su nieta. Giró su cabeza, alzó su mirada y me dijo:

- ¿Pero que haces ahí? Siéntate hombre, siéntate ahí. Señalando con el bastón el lado izquierdo del sofá, lugar más cercano al sillón donde estaba sentado.

¿Y a ti por qué te llaman “El Brujo"? Me preguntó. Se lo dije y a continuación se presentó el diciendo:

- ¡Pues aquí me tienes, yo soy Juan “El Brujo”, y esta es mi casa!

No quise preguntarle el por qué del mote porque ya lo sabía, pero aunque no lo hubiera sabido, tampoco creo que hubiera tenido valor de preguntárselo.

A pesar de su edad, a primera vista, me pareció que tenía menos años. Su voz era bastante enérgica y ronca, intimidaba un poco, la verdad. Tanto es así que casi doy un salto del sofá, cuando sin mediar palabra, ordenó de viva voz a su nieta llevarle a la terraza una botella de vino blanco y un cenicero.

Sin más, se levantó del sillón, de forma bastante ágil para su edad y seguidamente se dirigió hacia dentro haciéndome un gesto para que lo acompañara.

Me dijo que cogiera una silla y el se sentó en una butaca. Seguidamente y alzando la voz de nuevo gritó:

- “Niña, ¿viene el vino ó me levanto yo?”, a lo que la nieta le contestó:

- ¡Abuelo quédate ahí que ya voy!

Mientras, el abuelo, levantando la mirada al cielo, susurró:

- Estas mujeres de hoy en día…

De repente me miró fijamente y me preguntó:

- ¿Estás casao?

Le contesté que no. Cerró los ojos y asintiendo varias veces con la cabeza, esgrimió una sonrisa que yo la interpreté como un gesto de aprobación por mi soltería.

En eso llegó la nieta con una bandeja en la que había una botella de vino blanco, dos copas, un enorme cenicero y una concha de aceitunas. Puso la bandeja en la mesa y cuando ya se marchaba, el abuelo levantó su bastón y de forma bastante precisa dio unos golpecitos en su copa a la vez que fruncía el ceño. La nieta, al oírlos, se dio la vuelta, me miró, sonrió, pidió perdón y le sirvió a él primero, después me sirvió a mí.

Una vez servidos y de nuevo con el bastón le indicó que cerrara la corredera y que nos dejara a solas.

Así lo hizo, no sin antes hacerme unas señas para que el abuelo no bebiera demasiado.

- ¡Claro!, pensé yo. ¿Y cómo me las iba a ingeniar para convencerle?

Después de alzar nuestras copas, y tomar un buen sorbo, de forma directa me preguntó el por qué de ese interés mío en entrevistarme con él. Antes de contestarle y a la vez que sacaba mi grabadora, le pedí permiso para grabar nuestra conversación.

- ¿Y eso pa qué? Me preguntó.

Cuando se lo dije, se encogió de hombros y no dijo nada, así que entendí que no le importaba.

Comenzó hablándome de cuando era chiquillo, de su familia, de sus amigos y por fin de la mar y de la pesca con caña. Aunque todo lo que me contaba era bastante interesante, a mí lo que de verdad me interesaba eran dos cosas: como realizaba sus pescas, cebos, lugares, etc. y la otra, su visión sobre la pesca ilegal hoy en día.

El abuelo pescador, trabajó toda su vida en la mar, como decía él, pero siempre para otros. Como percibía un salario muy bajo, cuando no estaba trabajando se buscaba la vida vendiendo los grandes ejemplares que capturaba con su vieja caña.

El mismo me contaba que era un furtivo, pero que lo hacía para mantener a su familia:

- Los padres de familia que como yo, teníamos que coger la caña después de unas duras jornadas en la mar, para coger unos cuantos pescaos y venderlos de forma ilegal a los bares y restaurantes, teníamos que conocer todos los boquetes, las costumbres de los pescaos y ser más inteligentes que ellos, porque teníamos muy pocos medios y mucha necesidad. Pero ya somos historia.

- Hoy en día, hay más pescadores furtivos que nunca, pero los que me dan asco son esos niñacos que no son siquiera del pueblo, y que llegan con una barca muy moderna, con aparatos que cuestan más de un millón para localizar a los bichos, y les disparan con fusiles de doscientas mil. Las cañas mientras, las plantan en la orilla para disimular. Son unos niñacos que sólo quieren el dinero “pa vicio” y “pa chulear” por todos sitios.

- Los ojos los tienen como platos y más coloraos que el coñ…. de la Bernarda.

- Les gusta presumir de haber pescao con caña todo lo que se mueve por Barbate y Conil y sus alrededores: doradas, sargos, robalos, pargos, hurtas……………. y después en los bares sueltan las fotos de la “jorná” como si lo hubieran “pescao to” con caña. Van contando como se cachondean de los “verdes” y como por poco no los pillan.

- Estos niñacos además dan mala fama al pueblo. Porque no matan el pescao ”pa comérselo” ó “pa mantener a su familia”, como lo he estado haciendo yo durantes muchos años. Lo venden pa luego gastarse el dinero en vicio. Y pa contar que son los que más pescao matan y pa chulear a to er mundo. En to Coni y en to Barbate los restaurantes se lo compran, eso es lo malo, pero es que se lo compran a una cuarta parte de lo que vale.

Poco más duró nuestro encuentro porque así se lo prometí a su nieta pero a día de hoy su recuerdo perdura vivo en mi memoria.

Juan “El Brujo” Descanse en paz.

Las pocas pinceladas de nuestra conversación que aquí he relatado han sido hechas con el consentimiento de su familia a la que desde aquí vuelvo a mandarle un fuerte abrazo.

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