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Dos días en Caleta Buena


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Hola!

Felicidades en este nuevo año 2005!

Espero que sea provechoso para todos, en especial para nosotros, los pescadores aficionados.

Aquí­ traigo una anécdota reciente, de esas que exigen un gran esfuerzo para ser leí­das (se lleva seis páginas). Si tienen tiempo y deseos, está a su disposición. Como todaví­a no tiene copyright, confí­o en la buena fé de todos los foreros :banda: . Espero que les guste pues la he escrito especialmente para los compañeros de pescamediterraneo2.

Saludos,

:banda:

El tema de la pesca es recurrente en mis sueños. A veces, cuando me acuesto, me percato que aún antes de dormirme ya estoy “soñando despierto†con la pesca. Muchos de estos sueños consisten en fantásticas aventuras de pesca donde los protagonistas principales somos mi hijo y yo. Al despertar de un sueño donde la pesca ha sido la idea central, mi humor es mucho mejor, mis relaciones con las personas que me rodean son más distendidas y el dí­a, como regla, me transcurre más alegre.

Llevaba más de un mes preparando una salida de pesca con mis compañeros de trabajo y soñando con ella. Por una razón u otra, la fecha de salida se iba retrasando de una forma que ya empezaba a afectar mi estabilidad emocional. Soy un “animal†hecho a respetar horarios y programas bastante rí­gidos, y las frecuentes posposiciones de la fecha de la salida me molestaban y hací­an sentir irritado. La última fecha propuesta para la salida era el domingo 26 de Diciembre, aprovechando que las actividades laborales en la empresa donde trabajo habí­an recesado temporalmente.

Aparentemente lo habí­amos preparado todo. Saldrí­amos el domingo, para regresar el martes 28. El dí­a de 24 horas para un pescador deportivo de orilla consiste en tres jornadas: mañana, tarde y noche. Nosotros pasarí­amos dos tardes, dos noches y una mañana en un pesquero situado a ocho Kilómetros de Playa Girón, denominado “Caleta Buenaâ€.

A pesar que los integrantes de nuestro Grupo de Pesca somos personas humildes, el transporte estaba garantizado: un furgón Ford Cube Van nos llevarí­a. Es un vehí­culo muy confortable para la transportación de pescadores aficionados, a pesar de haber sido diseñado para el transporte de carga. Es espacioso, silencioso, se desplaza muy rápido y por su fortaleza, apto para transitar por caminos agrestes como los que abundan en la zona de Playa Girón.

La comida también se habí­a garantizado con el aporte de cada uno. Se recogieron 20 pesos por persona y cada pescador debí­a aportar una libra de arroz, una cebolla, una cabeza de ajo, media libra de azúcar, una onza (28 g) de café en polvo. El dinero servirí­a para comprar pan, frijoles, aceite, huevos y algo de mortadela. Cada pescador debí­a llevar el resto de los alimentos que necesitara consumir, pues con las provisiones centralizadas que habí­amos reunido podrí­amos organizar sólo dos cenas ligeras y un almuerzo más ligero todaví­a.

Desde el dí­a anterior a la salida acondicionamos el furgón: le situamos un gran banco de madera en el centro y dejamos el espacio suficiente para colocar dos hieleras grandes, un tanque con 200 l de agua fresca y los aví­os de pesca de todos los integrantes del grupo.

El grupo de pesca esta vez estaba integrado por once personas, incluyendo el chofer, que nos acompañarí­a todo el tiempo. Entre ellos estábamos mi hijo y yo. Fuimos los primeros el llegar al lugar de reunión, de donde saldrí­a el furgón a las 8.00 Hrs del 26. Eran las 6.00 Hrs y los comercios permanecí­an cerrados. Sólo los ladridos de algunos perros callejeros rompí­an el silencio de la mañana del Domingo.

En lo que llegaba el resto de los pescadores, fuimos a buscar el hielo. Compramos dos grandes piedras de dos arrobas cada una. Esta vez el hielo no nos faltarí­a. Mientras lo colocábamos en las hieleras, llegó el resto de nuestros compañeros.

¡Al fin todo estaba preparado!. Salimos a las diez de la mañana, con dos horas de atraso en nuestro programa. Mis compañeros conversaban alegremente, recordando nuestras casi infructuosas salidas de pesca de veces anteriores al mismo lugar hacia el cual nos dirigí­amos. Vení­amos conversando también sobre esta salida de pesca, que es la primera de la temporada 2004 – 2005 de nuestro campeonato anual por equipos e individual y las expectativas de cada cual sobre los anunciados premios (casas de campaña, bolsas de dormir, cañas, carretes, linternas, etc) que las finanzas del Grupo permitirán comprar durante el 2005 a partir de los aportes de los afiliados y contribuciones de terceros. Yo iba absorto en mis pensamientos, como casi siempre me ocurre cuando voy de pesca. “He asumido este torneo –pensaba- más que como una simple competencia, como la oportunidad de adquirirle a mi hijo una casa de campaña y aví­os nuevos, si ganoâ€... y me acordaba de un cuento de Jack London sobre un boxeador mexicano que combatí­a por dinero para comprar rifles para el ejército del Padre Morelos... (salvando las distancias, claro).

He hecho una “autodefensa†ante los sentimientos de frustración que embargan al pescador deportivo que concurre varias veces al mismo pesquero y siempre se marcha con las manos casi vací­as.

El pesquero “Caleta Buena†es una franja de arrecifes de cincuenta metros de ancho que se extiende a 8 Km de Playa Girón. La carretera fluye a lo largo de la costa sur de Cuba, a escasos setenta metros de la orilla del mar y veinte de la franja de arrecifes y está separada de estos por una cadena de vegetación de costa, compuesta por improductivas uvas caletas y pequeños arbustos de hicacos.

Mientras más “fracasos†acumulo en las frecuentes visitas que realizo a este pesquero, más estudio sus caracterí­sticas y me convenzo que el mismo posee todos los atributos que hacen de él un buen lugar para la pesca desde la orilla. Alejado de la población urbana más cercana, no es muy visitado por pescadores deportivos. Colinda hacia el este con un centro de buceo para turistas, donde la pesca está prohibida. El lugar donde se encuentra este centro ocupa una pequeña ensenada que protege las aguas de esta del oleaje que pueda haber en la costa. Al fondo de la ensenada existe una pequeña playa de cantos rodados, donde desembocan pequeñas cantidades de agua dulce de la Ciénaga de Zapata que fluye hacia el mar en época de lluvia. Hace cerca de tres años que como resultado del paso del huracán Michelle por esta zona, la salida de agua dulce al mar se ha cerrado, pero la playa se conserva y la tranquilidad de sus aguas ofrece un ocasional refugio seguro a cardúmenes de sardinas y pequeñas mojarras.

El pesquero se encuentra casi a la boca de esta ensenada, por lo que presumo que frente a él deben desplazarse las especies que se alimentan de los cardúmenes que se esconden en las aguas de la ensenada de Caleta Buena, donde está el centro de buceo.

La corriente es relativamente intensa en esta zona. Fluye hacia el oeste, o sea, hacia el interior de Bahí­a de Cochinos. En otras oportunidades he observado tiburones y hasta delfines que nadan a favor de la corriente a sólo cientos de metros de la orilla, como solazándose al sol y disfrutando de ese natural “surfingâ€. Mis escasas observaciones submarinas del lugar, realizadas en verano y en tiempos de calma me han permitido determinar que la profundidad en la misma orilla es considerable: en lugares, mayor de diez metros. Sin embargo, la pendiente hacia el veril de la plataforma es suave, por lo que la profundidad a los 100 metros de la orilla no sobrepasa los 50 - 60 metros.

En este pesquero pude observar en el año 2001 una “arribazón†de pargos de 10 libras, todos igualitos; parecí­an clones de un sólo individuo. A lo largo de la orilla en ocasiones transitan enormes meros de más de 20 libras, nadando en dirección a la prohibida ensenada.

La salinidad del agua no es extremada, al igual que su temperatura. El nivel de oxí­geno, bastante elevado, como se puede juzgar por el tiempo que algunos pequeños y medianos ejemplares de ronco que frecuentemente capturo como carnada pueden pasar vivos en pequeñas oquedades incomunicadas llenas de agua de mar que se forman en la orilla de los arrecifes.

El fondo del mar en esta zona es también muy variable, brindando diferentes escenarios al gusto de cualquier pescador. Existen zonas de ceibadales cubiertos de pequeñas algas; existen fondos rocosos formados por gigantescas lajas de piedra lisa, habitadas sólo por gorgonias, musgos, esponjas y abanicos de mar. Existen también algunos “cabezos†o promontorios de piedra que se supone sirvan de refugio a peces de diferentes tamaños. Vaya, que uno tiene para escoger...

Y si todo esto es así­, entonces, ¿Por qué tantos fracasos acumulados en este pesquero?

Y ahí­ viene mi “autodefensaâ€: se lo achaco a la teorí­a de las probabilidades y la “inexperiencia†de los pescadores que conforman nuestro grupo.

De acuerdo a la primera causa, entonces ya debe estar llegando el dí­a en que se produzca una “explosión†de capturas en este pesquero. Es por eso que he decididoo que esta vez no pasaré ni un segundo sin tener al menos dos “lí­neas mojadas†permanentemente. De acuerdo a la segunda causa, he estado trabajando intensamente en perfeccionar mis métodos de pesca desde la orilla. ¡Vamos a ver cómo resulta en esta salida!

Llegamos a las cuatro de la tarde. El mar, inusualmente calmado, proporcionaba una vista incomparablemente hermosa y poco usual: Hasta donde se extendí­a el horizonte se podí­a observar una tranquilidad absoluta de la superficie, solo rota ocasionalmente por cí­rculos concéntricos formados por la caí­da al agua de un insecto o el asomo de algún ejemplar marino. Lo más curioso de todo es que a 4 – 5 metros sobre el nivel del mar soplaba un viento del norte algo fuerte, pero que no incidí­a en el magní­fico espejo de agua. ¡Mal presagio!. Si “a mar revuelta ganancia de pescadoresâ€, entonces, ¿Qué será de nosotros hoy, con esta calmaâ€?

Mientras yo desempacaba nuestras cosas, mi hijo comienza a hacer algunos lances con su caña. Traí­amos como carnada algunos agujones que le habí­a regalado un amigo, y unas lombrices que aquí­ llamamos “bicho esponjaâ€. Son verdes y están llenos de un lí­quido oscuro de un olor fuertí­simo a marisco, que cuando uno las pincha con el anzuelo y las lanza al mar es sentido por los peces a cientos de metros a favor de la corriente.

La competencia habí­a comenzado. Ni siquiera el “bicho esponja†daba resultado.

Por suerte, el paisaje comenzó a cambiar paulatinamente. El cielo se nubló y ya el aire comenzaba a incidir sobre la superficie del agua mientras pequeñas olas en forma de leva (olas sin cresta) se alejaban de la orilla (el aire soplaba de la tierra al mar con alguna fuerza).

La picada no se hizo esperar, y en las cañas y lí­neas de todos los miembros del grupo comenzaron a aparecer las capturas. Pequeñas, por debajo de las tallas mí­nimas, pero que servirí­an para ir acumulando la escasa carnada para cuando cayera la noche. Yo también saqué algunos ejemplares, y al filo de las seis de la tarde decidí­ soltar mi primer “vivoâ€.

Escogí­ un ronco de 20 Cm de longitud que nadaba vivamente en la pocita donde lo habí­a enclaustrado y lo fijé con un anzuelo No. 7 a un leader de 2 m de largo de hilos de acero trenzado. Esta vez no me pasarí­a que una presa grande se tragara todo el leader, dejándole la oportunidad de cortar la lí­nea madre de una dentellada. El leader va unido a la lí­nea madre por medio de un sacavueltas de bronce. A cinco metros del anzuelo coloqué un par de condones hinchados de aire, que sirvieran para impedir que el cebo nadara hasta el fondo, encuevándose y al mismo tiempo les sirvieran de “vela†para facilitar su nado hacia el mar adentro. Para cuando se explotaran los condones, coloqué un pequeño pedazo de poliuretano expandido o poliespuma. El aire de tierra a mar arreciaba y era la oportunidad de soltar el “vivoâ€.

Con la ayuda de mi hijo solté el cebo, que comenzó a alejarse de la orilla ayudado por el aire a una velocidad increí­ble. Transcurridos 20 minutos, ya el cebo se encontraba a 200 m de la orilla. Decidí­ que era un buen lugar para fijarlo. Con ayuda de una vara de madera que mi hijo me habí­a proporcionado, levanté la lí­nea madre del arrecife para que no se rozara y le coloqué, justo allí­ donde tocaba tierra, una lata de cerveza vací­a que uso para señalizar su movimiento. Es una operación que he repetido cientos de veces, pero que me resulta todaví­a muy apasionante. Parece una trivialidad, pero de la forma de colocar la dichosa lata puede depender la captura del ejemplar de toda tu vida. Si no se calza lo suficiente, cualquier ola o incluso el desplazamiento del cebo pueden hacer que suene, movilizándote por gusto, como sucede en la opera de Sostakóvich “Pedro y el Loboâ€. Si la calzas demasiado, se traba o se le coloca un peso muy grande encima a la lata, el tironazo que le hace a la lí­nea madre el ataque de una presa grande puede partir el monofilamento.

Ahora viene la parte mala: esperar. Esta etapa se extendió más de lo previsto. El brazo se me cansó de tirar un jig con la caña, a ver si querí­a picar algo. También me cansé de spinnear a fondo con el bicho esponja y la presa más grande era un ronco de un cuarto de libra. A las doce de la noche decidí­ acostarme a dormir un rato en un hueco en el arrecife, a escasos dos metros de la orilla del mar. Mi hijo dormí­a hecho un ovillo a mi lado, tapado con una capa de agua. Habí­a una luna llena que parecí­a una moneda de plata de a peso. La temperatura del aire era inusualmente frí­a para Cuba -13 grados (nunca me falta un termómetro), así­ que me abrigué bien y me metí­ en “mi hueco†(siempre que voy a Caleta Buena lo hago).

A las 4.00 Hrs de lunes mi hijo se despierta y se pone a pescar con su cañita. El aire ha arreciado y la temperatura ha descendido más aún. Yo lo siento por las ráfagas que se filtran por los intersticios que quedan entre la capa y la piedra donde me he acostado. –“No me he podido dormir, pero al menos he descansado la vista y los piesâ€, pensé. Soñaba despierto con las capturas que me permitieran regalarle a mi hijo a fin del año próximo su ansiada casa de campaña personal, para ponerla exactamente sobre el hueco que ahora ocupaba mi cuerpo enroscado.

Sonó la lata. Al mismo tiempo, mi hijo me grita. ¡Papá! El nylon de la lata sale y sale sin parar ¿Qué hago?!!.

-Cuenta hasta siete y tráncalo con la mano con todas tus fuerzas, que ya estoy levantándome, le dije mientras me debatí­a en mi hueco enredado con la capa, como sólo las tortugas patas arriba pueden hacerlo.

Logré incorporarme, y mientras buscaba las chancletas (no tení­a tiempo de ponerme las botas), pude ver a mi hijo que hací­a lo indicado para después cobrar lí­nea como un condenado. Al mismo tiempo me decí­a: -¡Papá!, no hala, parece que se ha roto la lí­nea o se soltó!. Eso me dio más brí­os, logrando pararme sobre el hueco, tambaleándome como ebrio. Camine sin mirar los arrecifes hasta donde estaba el niño y le quité el monofilamento de sus manos. Yo sabí­a que eso no habí­a sucedido. La lí­nea no se rompe sin un halón extremo, que no habí­a ocurrido. ¿Soltarse? Tampoco; el anzuelo que puse no perdona nada. Además, yo sabí­a que esa era MI NOCHE.

La lí­nea salí­a del agua por brazadas de un metro y medio, cayendo ante mis pies. –“Está nadando hacia la orilla, vamos a ver si me da tiempo a recobrar la tensión de la lí­neaâ€, pensaba mientras recogí­a endemoniadamente, como nunca antes.

Al fin sentí­ la tensión de la lí­nea y pude experimentar la presión que ejerce el peso del pez en la punta de esta. Miré al piso y pude ver a mis pies alrededor de 60 - 80 m de lí­nea que habí­a logrado cobrar. –“Quedan 120 metros para sacarteâ€, pez, pensé. Sin que nadie le dijera nada, mi hijo habí­a tomado el carrete e iba recogiendo la lí­nea que se habí­a acumulado a mis pies.

Me desplacé un par de metros a la derecha para darle espacio y le pedí­ que tomara el bichero, que yací­a a escasos tres metros de donde yo estaba parado.

Ya la presión sobre la lí­nea crecí­a. Cuando se hací­a insoportable para mis dedos, ante el temor de un corte de la carne o la partidura de la lí­nea, soltaba alrededor de medio metro, que salí­a de mi mano con un chasquido como el que produce un látigo. Yo no cedí­a y tampoco el pez. Ahora se desplazaba hacia el oeste o sea, frente a mí­. Yo recogí­a lí­nea cuando podí­a, pero era ya más la que tení­a que dar que la recuperada nuevamente.

-“No he podido doblarle el morro al pez hacia la orilla, por eso no puedo recuperar más lí­neaâ€, le digo a mi hijo, que saltaba como una ardilla a mi lado, de la emoción.

Pero tampoco yo le cedí­a. El pez se dedicaba a pasear de este a oeste y viceversa, sin dejarse acercar a la orilla. Cuando yo trataba de recobrar, parecí­a como si en ese momento él se percatara que era peligroso permitirlo y entonces halaba, obligándome a ceder lí­nea.

-¡â€Veamos quien se cansa primeroâ€!, le gritaba yo, sin tener que hacer mucho esfuerzo, sólo aguantando el monofilamento con la tensión que me permitiera mantener el pez en el lugar en que estaba.

De pronto, la tensión disminuye y esto me brinda la oportunidad de recobrar lí­nea nuevamente. El pez comienza a acercarse nuevamente a la orilla, esta vez nadando hacia el este, o sea, hacia mi derecha. Siempre manteniendo la tensión, voy cobrando lí­nea hasta que observo como saca la cabeza del agua ya a 50 metros de la orilla.

La luna llena se reflejaba sobre la superficie del agua, que brillaba en la noche como si fuera un espejo. En una de sus salidas, ya a 30 metros de la orilla y a 20 metros a mi derecha, creo distinguir en mi pez a una Gran Barracuda. En un instante viene a mi memoria la primera Barracuda que hube de enganchar en este pesquero. Aquella se me escapó al tratar de sacarla del agua, por tener un leader demasiado corto. ¡Esta no se me escaparí­a!, pensaba yo.

Estaba agotada, ya no halaba con la misma fuerza como lo habí­a hecho hací­a diez minutos atrás, cuando me sacaba el monofilamento de la mano por metros. Tampoco saltaba ni sacaba la cabeza fuera del agua. Su “hocico†apuntaba hacia mí­. Era mi oportunidad de acercarla a la piedra sobre la que yo estaba parado.

Mi hijo gritaba en la orilla, ansioso de clavarle el bichero. Las poderosas mandí­bulas del animal chasqueaban al abrirse y cerrarse repetidamente, lo que me llevó a percatarme de la arriesgada posición que ocupaba mi hijo, justo en el lugar donde yo querí­a llevar el pez para sacarlo del agua.

Sólo tuve que pedirle una vez que se apartara de ese hueco, pues hacia allí­ dirigirí­a al pez. De un salto estuvo a mi lado, con el bichero en la mano, esperando...

Ya el pez estaba vencido; se moví­a lentamente hacia donde yo lo llevaba. El peso calculado a simple vista por sus dimensiones era 15 Kg, lo que constituirí­a récord personal y de nuestro grupo.

Llegó el momento que siempre me ha resultado más difí­cil: la subida del pez a tierra. Una vez dejé ir a un pargo de cerca de siete kilos, por no pegarme lo suficiente a la orilla y permitirle enredarse con los escaramujos que crecí­an en la orilla. Otra vez se me escapó una barracuda al romperse el monofilamento debido a una mala operación con el bichero, que lo cortó como si fuera de papel. Hace poco perdí­ una enorme rabirrubia como resultado de que al subirla a la piedra, el pez se desanzueló y saltó nuevamente al agua. Todas esas malas experiencias fluí­an a mi mente en cuestión de segundos. En fracciones de segundos repasé entonces la rutina que habí­a venido preparando en mis últimos sueños para el caso que estaba viviendo.

“No dejar que el pez hunda la cabeza hacia abajo justo a la orilla del arrecife, que cuando llegue a este lugar traiga la cabeza fuera del agua, por mucho que pese. No demorar un segundo desde que el pez llegue al borde del arrecife para subirlo al hueco que le habí­a destinado. Que la operación de subirlo fuera una continuación de la última braza de lí­nea recobrada. Tratar por todos los medios de agarrar el leader de acero con las manos, para que el último halón no fuera a partir el monofilamento. Estar listo a recobrar el monofilamento en caso que me fuera inevitable soltar el leader ante una emergencia. Para esto, era menester ponerle el pie encima a la última braza de lí­nea recobrada. Y por último, realizar un movimiento con el brazo derecho, con el cual retení­a la lí­nea, parecido al “jerk†que hacen los pesistas, pero desde la espalda, rotando ligeramente el torso para pasar el pez del agua al hueco que se encontraba a medio metro sobre el nivel del mar. Todo eso sin la ayuda del bichero, pues no sabí­a operarlo con una mano ocupada por la lí­nea y temí­a que mi hijo no tuviera fuerzas para clavarlo en la piel escamosa de la barracudaâ€.

Llegó el pez a la orilla. Y funcionó mi rutina. Antes de que se percatara, yací­a dentro del hueco. Miré al niño, que observaba absorto las poderosas mandí­bulas de la barracuda, apoyado en el bichero y con una linterna en la mano. Luego, me miró y se sonrió. El corazón me latí­a más aprisa y me faltaba el aire, producto del esfuerzo hecho para subir el pez. Saqué de un bolsillo mi spray de Salbutamol y me apliqué dos dosis seguidas.

Salí­ caminando a ponerme las botas. Las rodillas me temblaban de la emoción.

-“Fabioâ€, le dije a mi hijo.

-¿Qué, Papá?

- No se te ocurra bajar al hueco. Si te agarra un pie, lo pierdes.

- No, Papá, descuida.

-Bien, hijo, busca una maza de madera, es toda tuya...

En la jornada de pesca que quedaba antes de regresar a La Habana esta escena se repitió dos veces más. Al concurrir a la pesa llevábamos tres magní­ficos ejemplares que sumaron 32 Kg, ya limpios. Fueron los únicos pescados grandes que se presentaron al pesaje y me colocaron junto a mi equipo en el primer lugar del torneo. Puede que otro gane los premios. Puede que este año no logre cambiar los aví­os de mi hijo ni comprarle una tienda de campaña. Lo más importante es que ya sé la imagen que quiero estar viendo cuando me toque cerrar los ojos y abandonar este mundo: Mi hijo, de pie sobre un arrecife, apoyado en un bichero, con una linterna en la mano, sonriéndome.

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Hola Fabio,

¡Excelente relato compañero! Sigues en tu linea, relatos extensos pero para nada pesados. He disfrutado mucho leyendo la historia y me has mantenido en tensión hasta el fin del texto. Dejan ver claramente tu amor por la pesca y por tu hijo. Creo que estas historias merecen no perderse en el fondo del foro, quizás serí­a interesante un apartado de relatos de pesca en la página principal no?

Por curiosidad he buscado imagenes de Caleta Buena, para ambientarme más en la situación que nos cuentas. ¿Es este lugar?

hotel.jpgcaletabuena-t.jpg

Gracias por el relato!!

Editado por Karkamaal
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Sí­, lo es. Son vistas tomadas desde dentro de la ensenada, cuya boca puede apreciarse en la primera foto. Bueno, el pesquero "mio" está alrededor de 100 m, hacia el oeste, considerando que esta magní­fica foto ha sido tomada desde el sur.

Gracias :banda:

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Hola, Karkamaal!

No creo que este relato dé para tanto, como para incitar un apartado de relatos en la página principal.

Pero estoy seguro que muchos otros foreros sí­ podrán aportar magní­ficas experiencias contadas en forma de relato. Como vos sos el moderador, lo dejo a tu consideración, por si acaso no sale como esperamos :banda:

Un saludo,

Fabio

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Felicidades Fabio tanto por ese relato como por los momentos vividos en esa estupenda jornada, y como bien dices, a veces el ganar no es lo importante, sino la felicidad, el compañerismo o el afán de superación personal. Y ver que hay cosas que no se pagan con premios, dinero o campeonatos.

Felicidades de nuevo y espero que lo sigas contando así­.

Un saludo.

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Buenisimo el relato carcharodoncarcharias,la playa me la imaginaba practicamente igual que la de la foto,tiene que ser fabuloso pasar casi tres dias en ese precioso paraje, tres dias de acampada y pesca,acompañado de buena compañia y por supuesto que mejor premio que el vivir antes,durante y despues esa jornada, ademas de la felicidad de tu hijo por la captura.

UN SALUDO :pescando:

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Hola Fabio.

La verdad me has hecho pasar un rato muy agradable con tu narracion, hermoso relato , hermosa experiencia.

Un saludo

...............((( :pescando: )))::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::r

r, rrr, rrr

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